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Historia de Patricia Beltrán

Historia de Patricia Beltrán

Nací en Curacautín el 22 de mayo de 1964, soy la tercera de seis hermanos. Mis padres, Elías e Isabel, nos inculcaron a todos una profunda Fe en Dios, lo cual influyó y determinó mi vida cuando a los 17 años supe que quería dedicar por completo mi vida a Cristo.

Así fue que, como religiosa, durante 23 años viví las necesidades espirituales de las personas, y aprendí lo mucho que un corazón abierto puede consolar. Como religiosa pude desarrollarme en diversas áreas, desde practicar el bordado hasta tener a cargo un jardín infantil para niños y niñas menores de 5 años. Estudie también Educación General Básica con mención en Religión, conocí al Papa Juan Pablo II, quien al poner sus manos sobre mi cabeza me regalo uno de los momentos más felices de mi vida; y recorrí el país y el extranjero llevando a cabo la misión de la Congregación siempre con una sonrisa.

Sin duda alguna la vida era tranquila en el Convento, sobreprotegida y sin carencias materiales nunca tuve necesidades personales. Mi vida transcurría bajo la protección y la serenidad de una estancia resguardada por la Congregación.

Mi personalidad y compromiso me llevaron a asumir cada vez más responsabilidades, pero con el paso del tiempo casi todas se tornaron administrativas, lo que me dejaba poco tiempo para compartir esos momentos de encuentro con las mujeres que beneficiaba la Congregación y que tanto llenaban
mi alma. Los meses transcurrían en la búsqueda de fondos que permitieran desarrollar proyectos para las beneficiadas, pues los recursos siempre eran escasos.

Afortunadamente los esfuerzos rendían sus frutos. Una vez incluso, logramos conseguir recursos nada menos que desde la Embajada de Japón. Algo realmente impensable para mí, y que termino con el Embajador de ese país en la inauguración del proyecto aquí en Valparaíso. Y así, antes de alcanzar a celebrar ese éxito, estaba yo a cargo de un nuevo proyecto. No paso mucho tiempo para que el agotamiento se hiciera presente, y mi estado de salud se deterioró drásticamente.

 

EL ENCUENTRO

Tras esos 23 años, mi vocación de amor y entrega aun me tenían preparadas nuevas rutas. Al conocer el dolor y la fragilidad de mujeres que tenían escasas oportunidades para cambiar el rumbo de sus vidas, me conecte en todo sentido con la persona humana que tenía delante de mí, no solo como religiosa, sino también como mujer y persona. Hubo sin embargo, un encuentro especial, que se transformaría con el tiempo en el inicio de un nuevo llamado vocacional; fue cuando una mujer, muy joven, ejerciendo la prostitución en una calle de Valparaíso, se me acerco y me pregunto si yo podía hacerle un favor.

Yo, vestida de habito, y con una sensación de intriga y cierta predisposición a que me pidiera dinero, asentí a la joven, y me dijo: ¿Usted me podría dar un abrazo? Yo, antes de poder responderle camine hacia ella, abrí mis brazos, y también mi corazón, y le respondí: ¡ Por supuesto que si ¡ Ahí nuestros corazones ya estaban estrechados en el más significativo de los abrazos que alguien me ha entregado, y una vez más, fue determinada por el amor que aprendí que se puede entregar a los demás.

Sentí la necesidad de hacer mucho más, creo que eso significo para mi ese fuerte abrazo. Me imagine con la capacidad para dedicar todo mi tiempo y mi corazón a abrazar espiritualmente a todas estas mujeres que necesitaban este encuentro profundo, pero que por el apuro cotidiano, tras el almuerzo en el Convento, cada una de ellas y yo retornábamos a nuestras propias realidades, y entonces mi encuentro con ellas, aunque valioso, no era significativamente profundo como yo lo quería. Pero de donde podía obtener ese tiempo que necesitaba, como podía llevar a cabo esa idea de estar siempre disponible para mis queridas “ chiquillas”, como me gusta llamarlas hasta el dia de hoy; acaso tendría que dejar todo lo que tenía a cargo, tendría que dejar entonces de ser religiosa…… Me parecía una locura. Los 23 años no habían pasado en vano, y las interminables preguntas sobre la vida fuera del convento se volvían cada vez más aterradoras: ¿De qué viviría?, ¿Dónde?, ¿Quiénes? ¿ Querrían apoyarme en esa idea?, ¿Sería capaz de aprender a peinarme?, a comprarme ropa?……

¿Decepcionaría a mis queridos padres y hermanos?.

Pese al temor, la idea nunca más abandono mi mente y mi corazón. Ocupar mi tiempo en imaginar cómo tendría que hacerlo para lograr que esta locura se transformara en una realidad, se volvió mi escape, pues me permitía trasladarme fuera de mis preocupaciones y pesares de salud; me llenaba de alegría y fuerzas solo imaginando un lugar donde las chiquillas pudieran llegar libremente, ser acogidas, y donde finalmente la pesada mochila de sus vidas empezara a ser vaciada o al menos un poco más liviana. Necesitaba hacer una Fundación donde el objetivo mayor fuese acompañarlas en sus decisiones, donde cada mujer que necesite ese abrazo espiritual, maternal y solidario pudiera llegar a mí y darme el privilegio de ser quien la acompañe.

Ese escape imaginario comenzó a mejorarme el ánimo, mi espíritu y hasta incluso mi salud. Y casi sin percibirlo, ni buscarlo, comenzaron a aparecer entonces las respuestas a cada una de mis preguntas, aparecieron también los colaboradores y amigos, y las ideas de cómo hacerlo se fueron materializando como un regalo de Dios, yo preguntaba y enseguida la respuesta me era enviada de manera misteriosa.

VOCACIÓN SIN HÁBITO, SIN LIMITES Y SIN IMPOSIBLES

El año 2010 inicie uno de los procesos más complejos de mi vida, un discernimiento que no estuvo falto de lágrimas, angustias y dolores espirituales que me hacían olvidar incluso el frágil estado de salud en el que me encontraba.

Las opciones que tenía eran tan diametralmente opuestas que me fue necesaria una gama de profesionales y amigos para acompañarme en este proceso que duraría todo un largo año. Estuve acompañada por un psicólogo y un guía espiritual, quienes comenzaron a ayudarme a buscar dentro de mi alma las respuestas más sinceras y profundas que necesitaba mi ayuda era precisamente yo. La encrucijada parecía infranqueable, pero mi fe en Dios era aún más inquebrantable. Fue mirando la imagen de Jesús en la cruz, que sentí nuevamente la llamada a escuchar su mensaje de amor, y entendí que Él estaba ahí para todos y todas los que lo necesitaban, ¡ Inclusive para mí! Que por tanto tiempo solo sabía rezar por los demás.

Hoy en la Fundación hablamos de extrema vulnerabilidad, pues precisamente lo primero que viví fue un tremendo sentimiento de vulnerabilidad, me sentía incapaz de llevar otro tipo de vida, otra ropa, sentía que nunca iba a ser capaz de transformarme; Todo ello me permitió, sin embargo, comprender que la vulnerabilidad es un proceso no solo complejo, sino también un proceso en el cual se necesita ante todo estar acompañada; en la soledad y sin el encuentro con el otro es imposible dejar de experimentarla. Así fue que ese camino me permitió aprender a identificarme con las chiquillas, a sentir sus miedos, resquemores e incluso también sus rabias.

Al dejar la vida religiosa, comencé a hacer realidad las respuestas que anteriormente había encontrado. Me fui a vivir con una sobrina en Viña del Mar, y junto a un grupo de amigos empresarios, mi Grupo de Desarrollo, y cinco chiquillas comencé a vivir el oasis de mi vida.

Aparecieron entonces los consejeros, los mentores y las ayudas concretas. Mi primera gran mentora, fue mi amiga Carmen García Domínguez, a quien conocí en un retiro espiritual en Malloco, organizado por el Centro de Espiritualidad Santa María (CAE), Fueron solo 6 días, pero fue lo suficiente para que yo descubriera la gran espiritualidad que posee Carmencita, comenzaba entonces una profunda amistad, basada en la admiración y sincero cariño mutuo, una amistad que describo, 12 años después de ese retiro espiritual, como un verdadero regalo dado por Dios; pues Carmen me entrego nuevas herramientas, confianza y sobre todo mucho ánimo para hacer realidad mi sueño, fue una de las primeras gestoras que permitió que hoy exista Betania Acoge.

Uno de las mentores más importantes para mí fue uno de los actuales miembros del directorio de la Fundación, quizás ni siquiera él sepa lo que significó para mí su apoyo cuando me retiraba de la vida religiosa, pues pensé que lo perdería todo, y termine ganándolo todo. Su apoyo incondicional me significo una alegría enorme, saber que me quería como persona, más allá del “habito” más allá de la institucionalidad cristiana, fue para mí una recarga de energías. Él fue mi primer pedestal en la vida laica, y la confirmación de que mi compromiso era a la vez el compromiso de muchos otros. Con su frase “Yo te apoyo, ”mi querido amigo se convirtió en mi cómplice, mi aval, y en el primer y actual Presidente del Directorio de la Fundación. Nunca me cansare de agradecerle.

Y al extender mis agradecimientos no puedo dejar de nombrar a fundación Desafío de Humanidad, donde mis queridos amigos Denis Gallet y Pedro Arellano me contuvieron y me entregaron su apoyo en los momentos más duros. Así como Hector Nordetti, cuya energía, positivismo, y calidad humana, me hacían ver que “todo se puede hacer”, como el mismo dice. Al conocerlos a todos ellos supe de inmediato que no debía dejarlos ir nunca de mi lado, y así lo he hecho.

Al poco tiempo de contar con estos verdaderos mentores, me propusieron arrendar un tradicional restaurant ubicado a un costado del Congreso Nacional de Valparaíso. Fue realmente una maravilla en ese momento, pues pasaba de conversar en las plazas de Valparaíso con mis chiquillas a un lugar privado ¡Por fin! Donde al menos ya nadie nos miraría si llorábamos o nos reíamos mucho, como más de alguna vez nos pasó.

Estando en ese lugar, comencé el trabajo de ampliar aún más las redes de la fundación, lo que por cierto me significaba muchas reuniones, pero durante los almuerzos y las tardes se hacía realidad mi sueño: tenía el tiempo para conversar, escuchar, reír, y llorar junto a las mujeres que habían trasformado mi vida.

Así fueron los primeros pasos de la Fundación Betania Acoge, cuyo nombre viene de un sueño que tuve durante el proceso de discernimiento, donde vi a Jesús llegando al pueblo de Betania para descansar y aliviar su cansancio por las extenuantes peregrinaciones y labores realizadas. Allí Jesús se sentía en casa, volvía a su lugar de cobijamiento, donde estaban sus amigos, su madre y todos quienes siempre estaban atentos a su retorno para recobrar las fuerzas que fueran necesarias. Exactamente lo mismo que yo imaginaba para mis chiquillas; así las quería ver, volviendo a casa, retomando fuerzas, y siendo acogidas por quienes estaríamos siempre esperándolas.

Igualmente en ese lugar no fueron pocas las penurias. El ex restaurant, además de tener “roedoras visitas” que alteraban el orden del lugar generando gritos e intentos desesperados por subirnos apresuradamente a las sillas, tenía espacio apenas suficiente para la atención espiritual que yo quería entregarles a las chiquillas, y una fría oficina donde la psicóloga Paz Bascuñan, compañera desde el día uno, ofrecía sus atenciones semanales con un infaltable tecito.

A estas penurias se sumaba que aun debía sortear las lanzas que llegaban por la decisión que había tomado, los comentarios nacidos desde la ignorancia, la rabia y por que no decirlo, también desde la envidia, me entregaron muchas penas.

Pero el dolor desaparecía rápido, porque finalmente estaba a tiempo completo dedicándome a lo que soñaba, mi querida Fundación Betania Acoge. Aunque confieso que no dejaba de ser impactante cuando caminando por Valparaíso me encontraba con mujeres que abrazándome me decían: “Pero si a mí me dijeron que se había muerto”, o cuando me preguntaban si era “feliz con mi matrimonio”.

Nada de eso impidió mi cariño y mi convicción de que yo podía continuar viviendo mi vocación, sin hábito, sin límites y sin imposibles. Porque mi corazón estaba sin duda en la dirección correcta. Y el dolor de la traición y la maldad de quienes intentaron hasta el final derrotarme, con el tiempo aprendí a convertirlo en simples e irrelevantes anécdotas, que incluso llegaba a contárselas a las chiquillas en la Fundación.

Todo lo que viví no era otra cosa que solo la gran experiencia que necesitaba para llegar hasta donde estaba. Así fue que las siguientes personas que me preguntaron por” mi marido “o que me creían muerta, se encontraba con creativas respuestas que se me ocurrían en el momento, todas seguidas, por supuesto, por mi contagiosa risa. Yo era nuevamente la mujer feliz que siempre había sido, gracias al encuentro fraterno, sincero y permanente con las chiquillas que hicieron de mi carácter una fortaleza, que me brindo seguridad y la valentía para tomar esas pequeñeces en la vida simplemente como lo que eran.

LA NECESIDAD DE HACER AUN MUCHO MAS

El llamado que yo hacía debía hacerse escuchar, y encontré en esas búsquedas a quien se convertiría en una gran gestora, Maysa Ortiz, en ese entonces secretaria de mi gran amigo Roberto Delmastro. Ella dividió su tiempo y corazón para acompañarme en cuanto conoció la Misión. Con Maysa planificábamos cada una de las actividades que eran necesarias para las chiquillas y también la búsqueda de nuevos colaboradores.

Comenzada entonces la Fundación a tomar forma como una organización a la que había que definir y proyectar hacia su propio futuro. Para eso se conformó un directorio, donde se sumaron Rodrigo Calderón y Alejandro Magni, ¡Un lujo!

Los dos primeros encargos que hice al Directorio fueron: Encontrar una persona que a diario me acompañara en la Fundación, y que gestionara conmigo los proyectos y necesidades de Betania, pues ya eran 50 las chiquillas beneficiadas y los tiempos, los recursos se volvían escasos. Y el segundo encargo era contar con una casa, que fuera de uso exclusivo para la fundación y con mucho espacio para nuestros talleres y encuentros.

En agosto de 2014 el destino permitió que llegara a Betania Acoge Carolina Bugueño, quien cumple la función de estar a mi lado y acompañarme en los múltiples desafíos que a diario ocurren en la Fundación.

Llego también Claudia González, trabajadora social que conecto su vocación a los objetivos de la Fundación, y que hoy, junto a Paz Bascuñan llevan a cabo el magnífico trabajo psico-social que se realiza en beneficio de las chiquillas.

HISTORIA PATRICIA BELTRAN

El 2015, se materializo finalmente el segundo encargo al Directorio, ese sueño por el cual tanto yo rezaba, y a cambio del cual en mis oraciones siempre prometía verdaderos milagros; le pedía al Señor una casa con 4 habitaciones donde pudiéramos acoger a las chiquillas, y como yo a esas alturas ya soñaba en grande, y esta era una alianza de mucho tiempo con El, con confianza le agregaba al rezo que si además la casa tuviese vista al mar….sería mucho mejor. La respuesta que recibí fue una casa con 8 habitaciones, y con vista al mar desde mi oficina ¡Así de generoso!.

En esta casa, recibe a las chiquillas Lorena, una mujer de alma acogedora que no solo nos regalonea a todas con sus almuerzos y cuidados, sino que también con su alegría y recibimiento es capaz de cambiar hasta el más triste de los ánimos.

Al momento de publicar esta memoria se cumple un año de verdaderos milagros en esta casa, por donde han pasado más de 100 mujeres de la región de Valparaíso, y donde yo finalmente me declaro una mujer completamente feliz.